
A finales de la semana pasada tuve que solicitar la incapacidad para cuidar enfermos terminales. Fue algo que quise postergar lo más que pude, tal vez como una forma inconsciente de pensar que aún quedaba esperanza o como una negación de que por algún tiempo tendría que sacrificar mi vida por la de ella. Y bueno, a fin de cuentas, ya que lo hice, no es tan doloroso (el sacrificio). Es doloroso ver el desgaste, eso sí. La dosis de morfina hubo que subírsela, y eso evidentemente hace que mami no tenga ni fuerzas ni mente para llevar una vida normal. Heme aquí escribiendo mientras ella duerme. Ya las órdenes de "trague" o "beba" se han vuelto difíciles de seguir.
Óscar, mi novio, se ha portado como un caballero. A fin de cuentas tuve que contarle porque un día me envió un correo alarmista, diciendo que me había sentido rara en el chat y que si era que no quería estar con él. En fin, que ya todo explicado, yo me sentí aliviada y él también, aunque dice que la última semana en el extranjero se le hizo eterna.
Óscar temporalmente ha trasladado sus piyamas y pantuflas a mi casa, a pesar de que sabe que tendrá que lidiar con un ambiente algo triste, con alguna que otra rabieta mía y con centenares de latas de atún, porque ambos estamos imposibilitados para cocinar (por inútiles). Al menos es un apoyo en casa, y espero siempre con ansias su regreso del trabajo.
El miércoles ma tendrá su primera visita domiciliaria de parte de la Clínica del Dolor (un lugar maravilloso, con gente maravillosa). Tengo mil preguntas e inquietudes, porque estar sola a cargo de un enfermo que se va debilitando poco a poco, no es "qué dicha", como me dice más de un conocido que llama preguntando por ella. "Qué dicha que ya la está cuidando", como si yo fuera omnipotente y tuviera la fuerza física y el conocimiento para desempeñar la labor en toda su complejidad. Y eso que creo que lo he hecho bien -hasta a inyectar tuve que aprender-, mas estoy a años luz de quedar satisfecha con lo que me toca hacer, y sobre todo, aún no logro dejar de pensar que esta es una carga que no debería tocarle a nadie solo. No hablo de apoyo moral, hablo más que todo de las cuestiones prácticas.
La carga sentimental son otros 100 pesos. No tengo el tiempo ni la fuerza para sentarme a llorar. Se me escapa entre horarios de inyecciones, las acompañadas al baño y los raticos que me quedan para recuperar energías (durmiendo). Tampoco tengo el tiempo para escuchar los lamentos de quienes -valga la redundancia- lamentan lo que está pasando. Creo que -aunque nunca puede ser al 100%- he asimilado ya parte de este proceso. No quiero tener que lidiar con los mocos y las lágrimas de quienes dicen que se van a quedar "solas" porque pierden a una confidente, cuando YO me quedo sola, no solo porque pierdo a una confidente, sino a una amiga, al amor de mi vida, a mi mamá. No puedo retroceder a ese estado. Ya tendré tiempo de volver a esa "etapa", pero no ahora. Entonces se hace agotador ese lamento de otros.
Y en fin. Creo que como ya me dijeron por ahi, estoy más bien en la etapa de "espero que esto termine pronto", tanto por mi salud como por -y sobre todo- por la dignidad del enfermo. Estos procesos te hacen cuestionar hasta a Dios, porque no entendés por qué una persona tiene que tener una final tan agónicamente largo y doloroso (ya luego filosofás de por qué igual la gente tiene que morir trágicamente, etc, etc.. mientras te bajás un buen trago de lo que sea). Pero en fin. Luego de berrinchear y caer en cuenta que ni siquiera has vuelto a rezar un Padre Nuestro porque no te nace, también caés en cuenta que las cosas inevitablemte tienen un propósito misterioso, y se dan hasta que El de Arriba quiera. Creás o no creás.