Ya hace varios sábados atrás tuve una de las conversaciones más extrañas que puede uno tener a la hora de almuerzo.
Gnocci maremonti y ravioles a la bolognesa. Segundo piso de Il Pomodoro. Mi mamá y yo hablábamos de la muerte. Los últimos exámenes salieron alterados, hay al parecer metástasis en el hígado y no vale la pena ponerle quimio, eventualmente se le pondrá, pero paliativa, cuando empiece a sentir dolor, que según dijo el doctor, podría ser muy pronto.
Y entonces hablábamos de eso que uno no cree que va a hablar nunca, porque es como un tabú, pero que a fin de cuentas hay que afrontar. Hablamos de cómo hay gente que vive mil años, y otra que se va mucho antes de tiempo. Hablábamos de cómo pagaré el entierro y si es mejor hacerlo con el Magisterio aunque no se sabe si hacen cremaciones. Nos pedimos perdón por las veces que nos herimos, intencionalmente o no. Nos dijimos cuánto nos queríamos. Me advirtió sobre embarazos y enfermedades venéreas, y por primera vez, en 28 años, me sugirió que llevara condones en el bolso si fuera necesario.
Si, la noticia nos ha tomado por sorpresa, mucho más para mami que para mi, que se creía completamente curada, casi rayando en milagro. Y ha estado relativamente bien, si no fuera por la osteoporosis y los dolores terribles que le dan, que ya una a estas alturas no sabe si es más bien los primeros signos de algo más.
La madrugada de ayer fue dura. No sé por qué me desperté, y ella estaba despierta (duermo con mi madre). Con mucho dolor. Yo ya no sé ni en dónde es, ni creo que haga falta ponerse a buscar explicaciones y orígenes. Sólo sé que tenía mucho dolor. También le dio asma. Y sé que tal vez parte de lo que le pasa es un poco mental, hoy tiene cita con el oncólogo, precisamente para ver si le envía su primera quimio paliativa.
Mami no quería quimio. Desde que supo la noticia, recordó lo que sufrió con el primer ciclo, y recuerdo escucharla jurar que nunca más, por la grandísima puta, se sometería a ese desgaste físico y emocional.
Pero hoy, después de hablar ayer con su digamos médico de cabecera, y con la madrugada en vela, pues amaneció dispuesta a que hoy pase lo que tenga que pasar. Incluso, creo que está dispuesta a "empujar" al Dr. para que se la mande de una vez, nada de esperar a que las cosas se compliquen.
La gente me pregunta cómo estoy. Estoy bien. Han llegado cosas y personas nuevas a mi vida y creo que me he mantenido fuerte. Hasta hoy. Hoy se me han asomado las lagrimillas. Es que es duro. Sobre todo esa incertidumbre de cómo será, de qué va a pasar. No tanto el dolor de que mi mamá se tenga que ir,(porque a regañadientes, creo que he aprendido a aceptar que eventualmente se va a tener que ir mucho antes de lo que debería), sino el dolor de verla sufriendo, porque no se lo merece. Porque ha sido fuerte toda su vida, y lo más justo es que se vaya sin sufrimiento, ya la vida ha sido dura anteriormente como para que lo siga siendo ahora.
Igual seguimos adelante. Hemos paseado, hemos, por más cliché que suene, aprendido por mucho a vivir el día a día (o al menos intentarlo). Yo sé que es duro para ella, pero hay pequeños detalles que me hacen ver que ella también ha cambiado su filosofía de vida -tal vez para sentirse en paz-, y la admiro, más aún, porque sé que para ella implica una desprogramación social de toda la vida.
Y bueno, como le decía a ella y a algunos allegados, lo positivo de esto es que igual no hemos perdido el tiempo sanando heridas del pasado, reencontrándonos o aprendiendo a perdonarnos, porque siempre hemos tenido una relación privilegiada. Este tiempo ha servido más bien para reforzar lo que sentimos por la otra y para concluir que, cuando el momento llegue, ambas estaremos en paz.
El sábado se cumple un año de la operación. Pienso celebrar con ella -y con una de esas personas que llegó (volvió 13 años después -luego les contaré) a mi vida- el primer aniversario del acontecimiento que nos cambió la vida, y que nos hizo valorarla más.