Él, aunque era el oferente, también pensó en retractarse: “¿Y si nos cagamos en la amistad?”. Ya después asumió que ambos eran lo suficientemente maduros para que eso no se interpusiera. Se había pactado como una especie de “intercambio de bienes”, uno que ofrece algo que el otro no tiene. Una simple transacción. Un favor entre amigos.

Al principio, ella tuvo desconcentración, pero con el paso de los minutos, de las acciones, se dejó llevar (a pesar de que Sabina sonaba al fondo, y de alguna manera recodó todos los clichés de amantes bohemios-y le daba risa-). A fin de cuentas fue fácil. No había vergüenza de por medio (o al menos la normal de esa “primera vez” con alguien), y comenzó a seguir el juego.
Y en algún momento, pensó en que esos mismos trucos que estaba aplicando, los había aprendido con otro. El otro. El que ya no está. Pero que igual los ponía ahora en práctica porque no sabía (o no recordaba- ya todo un calendario se había gastado desde la última vez-) amar de otra manera, pero igual los estaba disfrutando y sabía que sólo con el tiempo, podría aprender otros nuevos.
La compañía era más que agradable. Porque era una persona a quien conocía desde hace tiempo y a quien estimaba, más nunca pensó en tratar con él en ésta posición (hablando sarcástimente en todos los sentidos).
Y después que todo pasó, cuando hablaban, ella se dio cuenta que probablemente él había estado más nervioso que ella. Entonces por un segundo, lo vio con otros ojos, diferentes a los de amistad. Lo vio con ojos de ternura, de alguna manera con ojos de atracción. Ella se dio cuenta que él podría haber sido desde hace mucho no sólo un buen amigo, sino un buen compañero. Y eso le dio miedo, porque el encuentro de esa tarde había sido pactado como una única transacción entre amigos, aunque ella, gustosa, estaría dispuesta a repetirla.