La cosa es sencilla, si uno la quiere ver así.
Cuando un país se confía de su estilo de vida, de su indicadores sociales, de los piropillos que le brindan otros mandatarios y países, pues... di.. uno piensa que no hay mucho más que hacer para mejorar.
Pero pasa el tiempo, y el tiempo inevitablemente trae cambios, tanto en la visión de mundo como en los valores de quienes viven en dicho pedacito de tierra. Pero ese país se confía. Descuida sus politicas de migración, de control de la natalidad; descuida sus leyes básicas de seguridad ciudadana y estabilidad nacional (o simplemente deja que sigan siendo del siglo pasado, cuando todo era bonito), descuida la educación y la cultura que le brinda a su pueblo.
Y entonces ese país se deteriora. Y la gente, que termina siendo demasiada, también se deteriora. Porque es mucha. Porque no es educada. Porque no tiene valores. Porque se corrompe. Porque no tiene oportunidades (o no le da la gana buscarlas). Porque se decepciona de los otros. Porque busca la salida más fácil. Y entonces a la gente le deja de parecer importante conocer sobre su país, quererlo, respetarlo, respetar a quienes viven en él, ser mejores por ellos mismos y por los demás. Y la pobreza, la violencia, el descuido, el abandono se hace palpable. Muy palpable.
Los mayores añoran el pasado que vivieron. Los más jóvenes probablemente, escuchan las historias y piensan en un disparate senil, porque nunca lo han vivido.
Se busan miles de culpables a un fenómeno que tiene años desarrollándose en silencio, pero a nuestra vista y paciencia. Ese letargo que vivimos durante tanto tiempo está pasándonos la factura. Y nadie sabe qué hacer para solucionarlo, o en el peor de los casos, a nadie le importa o le conviene.
Lástima que el efecto dominó no funciona a la inversa.